
Las Tunas.- Pasa la mano por su vientre y no repara en el peso exacto de sus cinco meses de gestación. Hasta hace poco tiempo su universo giraba alrededor de la escuela, las salidas de los fines de semana con las amigas del aula, las conversaciones por WhatsApp hasta la madrugada, la ropa de moda y las ilusiones de cómo sería su vida de mayor.
Niurka ahora ha pospuesto sus metas. Tiene solo 16 años y en su primera relación sexual quedó embarazada. Nunca imaginó que le pasaría, pero así fue. El padre del bebé es otro adolescente que ella no conoce lo suficiente como para compartir la vida. Este septiembre ha sentido unas ganas inmensas de poder estudiar como antes, cuando su futuro solo dependía de ella.
El embarazo en la adolescencia sigue siendo una problemática que sacude con fuerzas a nuestra sociedad. Más allá de las estadísticas, que muestran una tendencia preocupante, hay rostros como el de Niurka, historias de jóvenes que enfrentan la maternidad sin haber terminado de vivir su propia agenda estudiantil.
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Muchas son las situaciones en las que el abandono de la escuela es la principal consecuencia y, en este caso, no es por falta de interés ni por bajo rendimiento académico, sino porque una prueba de embarazo positiva cambia el rumbo de cualquier muchacha.
En lo adelante, los días transcurren más rápido; enfrentarse en muchas ocasiones a una economía difícil es uno de los mayores retos. A la par, son objetos de un sinfín de críticas, lamentos y una incertidumbre que no cabe en ningún plan de estudios.

Entonces, cabe preguntar una y otra vez, como tarea infinita: ¿qué estamos haciendo para evitar que una adolescente se convierta en mamá antes de haber terminado su plan académico? ¿Qué mensaje le damos cuando la única opción que encuentra es abandonar sus estudios, depender económicamente de su familia o, en ocasiones, de una pareja que muchas veces desaparece?
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El embarazo a temprana edad no solo conlleva un riesgo para la salud de la futura mamá. Es una fractura en el proyecto de vida, una renuncia forzada al descubrimiento personal y a la juventud plena.
Esta situación no es solo un problema de las adolescentes, es un problema de todos y no podemos mirar hacia otro lado o fallaremos a quienes más necesitan ser escuchadas. No basta con decir “hay que protegerse para prevenir”. Hay que hablar de consentimiento, de anticoncepción, de enfermedades, de derechos y de las complicaciones que esto trae consigo. Hay que alejarse de tratar el embarazo adolescente como una consecuencia natural, un caso aislado o fruto de una familia disfuncional.
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Un hijo es una bendición, pero requiere de planificación, madurez, tiempo y recursos. Evitar la gestación de manera precoz precisa de una mirada multisectorial. Se requieren políticas públicas efectivas, educación sin prejuicios y acompañamiento familiar. Detrás de cada historia hay una sociedad que falló en informar, educar y, sobre todo, proteger.

