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Las Tunas.- Primero fue su pasión por la Enfermería el camino que la condujo hasta esas personitas, salidas de algún claustro materno; después los estudios en Medicina le abrieron otros horizontes, pero ya estaba demasiado ligada a la Neonatología y los nuevos saberes solo despabilaron aquella certeza.

Para la neonatóloga Leidys Valladares Prado son esos pequeñines la genuina motivación de sus días. Y aunque como especialista acumula poco más de dos años, su vínculo con esta rama data de mucho antes, cuando permanecía “pegada” a las incubadoras velando algo más que el sueño de las indefensas criaturas.

En ese entonces otros eran los encargados de diagnosticar las enfermedades, definir tratamientos…; ella, eterna enamorada del arte de curar, deseaba ampliar su espectro, y así lo hizo. Después de 11 años en la Enfermería se aventuró a desentrañar las interioridades de otra carrera que, finalmente, la devolvió a la génesis de sus anhelos.
doctora1Lo cuenta con una mezcla de nostalgia y alegría; porque ahora, mirando unas tiernas manitas, sabe que tomó la decisión acertada. A solas con sus pensamientos se descubre conocedora de dos valiosas profesiones, y lo mejor, cada lección aprendida la pone en función de sus niños. ¡Dicha la suya y la de tantas familias tuneras!

“Agradezco mucho a la Enfermería, sobre todo por la posibilidad que me dio de permanecer más tiempo al lado de los infantes”. Y aprovecha para describir algunas prácticas de ese personal en el manejo de recién nacidos menores de mil 500 gramos.

“Las enfermeras (os) mantienen una monitorización constante y están pendientes al mínimo detalle. La intervención es solo la necesaria; en caso de que haya que cambiarle la ropita, y siempre usan guantes. Alrededor del bebé se hace una especie de nidito para conservar el calor e impedirle tanto movimiento; así gastan menos calorías y su recuperación nutricional es más rápida.

“La incubadora debe tener una temperatura adecuada, de acuerdo con la edad gestacional y el peso. Con el paño sobre el aparato evitamos la luz innecesaria; la intención es imitar el vientre de la mamá".

Dice que trabajar con neonatos demanda mucha entrega, amor y una agudeza particular. En ese sitio descifra “códigos” porque lo más insignificante puede ser un indicio salvador. Y no es esa una asignatura impartida en la academia; más bien emerge de un instinto natural, que le hace conectar con esas criaturitas, a veces tan pequeñas que puede sostenerlas sobre la palma de su mano.

“Ahora, como médico puedo adoptar conductas, y eso me satisface mucho. Nuestros pacientes no expresan con palabras lo que sienten, razón por la cual es esencial fijarse en cada una de las señales.

“Una gran mayoría evoluciona de manera favorable. Cuando llegan aquí los sentimos nuestros y los defendemos, incluso, de actitudes negativas de algunas familias, un poco por desconocimiento”, afirma.

La doctora Leidys tiene una mirada limpia, de esas que dejan al descubierto a un ser humano noble, sensible y humilde. Su voz pausada transmite sosiego y confianza; una verdadera dádiva para los tantos progenitores que han visto a sus hijos detrás de los fríos cristales.

Aunque no establece privilegios recuerda con especial cariño a los niños que, tras varias complicaciones, los entrega sanos en brazos de sus madres. Así sucedió con Tatiana, una de las tantas pequeñas que atesora entre sus memorias más cercanas.

“Yo estaba de guardia el día que nació y su estado era crítico. Fue pretérmino y cuando la trasladé desde parto hasta aquí pensé que no resistiría, que se me moría”, dice y su voz se quiebra. Respira e intenta retomar el diálogo.

“Ese día lloré mucho, y después de terminar el turno fui a casa temiendo lo peor, pero logramos salvarla. Respondió a los tratamientos y ahí está, feliz, junto a sus padres”.
Confiesa que el momento más difícil es cuando deben informar sobre la pérdida de un bebé. “Es duro porque nos formamos para aliviar y sanar, y no para dar esa noticia. Aun así, a veces te dicen: doctora muchas gracias; porque reconocen el esfuerzo, y tales actitudes nos sensibilizan más”.
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A la doctora Leidys le asoman varias preocupaciones, pues -asegura- cada día “nos nacen más infantes con crecimiento intrauterino retardado, de bajo pesos extremos, pretérminos inmaduros. El manejo es muy difícil; son niños que no están aptos para la vida extrauterina.neonatologa

“Aquí hemos atendido a hijos de adolescentes de 12 y 13 años, y ello incrementa el riesgo para ambos. Recibimos el producto de la concepción, y la salud de estos depende, en gran medida, de todo un proceso de cuidados que inicia, incluso, antes del embarazo”.

Habla con orgullo de su equipo de trabajo, el mismo que durante este último año ha sumado desafíos con la llegada de la Covid-19. Dice que todos allí parecen estar hechos de un mismo “material”; comparten el dolor y también el placer único de salvar vidas.

En aquella sala, donde el silencio solo se ve interrumpido por el sonido de los monitores o el llanto de algún bebé, Leidys encuentra esencias, inspiración, la vida misma… Conoce desde hace 13 años la felicidad de ser madre, y ello, sin dudas, incentiva sus ganas de que otras mujeres también disfruten esa dicha.

Frente al cunero contempla el movimiento de uno de los recién nacidos. Se le dibuja una sonrisa en el rostro y le brota su mayor certeza: “Nací para ser neonatóloga”.

 

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