victor marrero 2020

Las Tunas.- A la Redacción de 26 llega la triste noticia de la muerte de Víctor Manuel Marrero Zaldívar, por muchos años historiador de la ciudad de Las Tunas y uno de sus hijos más ilustres. Nuestro medio de prensa comparte el dolor por su partida física y le rinde honores a través del siguiente texto, su último diálogo con este diario, días antes de que le fuera conferido el Premio Provincial de Historia 2020.

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Imposible, en medio de una edición que reverencia a la ciudad de Las Tunas, pasar por alto al hombre que ha sido el historiador de esta comarca por décadas. Antes que él, ilustres como Manuel Antonio Herrera, el primero, y otros tantos, han enrumbado tales idilios. Pero Víctor Marrero, con su sombrero, el paso lento y lidiando con las carencias y lastres constructivos de su añeja Oficina en la calle Nicolás Heredia, es un personaje indispensable en nuestra patria chica.

Fueron mambises sus abuelos paternos. Quizás deba a ellos su amor por la historia, especialmente a la abuela y a las tardes deliciosas en que se sentaba con sus nietos a contarles de la Guerra de 1895. Y les decía de sus experiencias y de los cubanos dignos de aquella gesta que había conocido en las jornadas que tanto marcaron su existencia.

O tal vez el idilio le venga de un poco más acá. De las clases de Primaria con el profesor Mariano Arévalo, un Makarenko inigualable, capaz de trasladarlo, desde el pupitre, hasta parajes a los que nunca habría podido llegar de otra manera.

Se recuerda ahora de monitor, siempre de Historia. Y revive para mí el día en el que él mismo se graduó de maestro Makarenko: 17 de julio de 1971; y de la decisión de seguir por esos pasos hasta convertirse en licenciado en Historia.

Ya lo era cuando llegó al sur de Las Tunas. Porque el destino lo trajo hasta un aula de cuarto grado en el Puerto de Guayabal. Por esos años, me dice, comenzó a escribir y también inician sus trabajos de asesoría, en los encuentros con los marineros para hablarles del sitio al que llegaban y su gente.

Víctor sabe de las discusiones casi entre bandos que se armaban en el parque Vicente García y de cómo sus 21 años se deslumbraban escuchando la pasión por el devenir local de seres como Raúl Addine, Juan Andrés Cué y Amaury Álvarez. De esa savia bebió y buena parte de lo que le fueron aportando, ha permitido que llegue hasta aquí.

Porque este hombre, Premio Provincial de Historia 2020 y acreedor de múltiples distinciones en este campo en Cuba, ya pasa de las siete décadas de vida y sigue siendo intensa su mirada cuando defiende estas tierras y a sus próceres.

“He tratado de ponderar la historia de Las Tunas y de divulgarla en el país para que se conozca la inmensa obra de los tuneros. Por supuesto, con el apoyo de muchos, porque un historiador solo no puede avanzar en casi nada.

“En medio de todo he tenido grandes privilegios. Por ejemplo, cuando estuve en Venezuela, me mandaron especialmente a trabajar a Río Chico. Es algo que le debo a Abel Prieto y que me permitió andar por las zonas que recorrió Vicente García González en el tiempo que vivió allá; hacer fotos, conversar con numerosas personas.

“Están los que te tildan de vicentista acérrimo. Yo estudio la figura, su obra, sus ideas militares; pero he sido capaz de reconocer que no es perfecto y decirlo en mis libros. Además, siempre les recuerdo que no soy tunero de nacimiento (nació en Holguín).

“Todo ser humano se equivoca. Cuantiosas personalidades en la historia han pagado esos errores con su vida. No soy vicentista acérrimo. Es un patriota que aportó mucho a la lucha y eso me hace identificarme con él”.

En 1988 publica su primer título: Cronología mínima de Vicente García. Y en 1992 ve la luz Vicente García, leyenda y realidad, un portentoso volumen de alrededor de 400 páginas que incluye el diario de campaña del mayor general. A eso ha seguido sumando indagatorias y ya supera los 30 textos salidos de su pluma, por diversas editoriales, desde Sanlope, Verde Olivo y Ciencias Sociales, hasta otras en España, Estados Unidos y México.

“He tenido suerte; que te publiquen tiene algo de eso, de suerte. Y también de amigos que se interesan y ayudan. Para mí, lo más importante, lo verdaderamente trascendental, es divulgar; que las personas sepan de lo acontecido. Por eso, antes de la pandemia, me reunía con abuelos un sábado al mes y conversábamos de asuntos históricos.

“Igualmente participaba en encuentros mensuales con promotores culturales. Les daba un tema diferente cada vez y les explicaba que no era para ellos, sino para que lo llevaran a sus comunidades. Son más de 60 promotores que llegan hasta esa misma cantidad de sitios y más. Todo esto permite un quehacer sostenido”.

Mientras él habla, recorro con la mirada el entramado que nos rodea. Nos llegan los ruidos de Valeria, su (pequeña) nieta que requiere su inevitable atención. Sé que es un hombre muy familiar, al menos así me lo describen sus más cercanos, un padre amantísimo para sus dos hijas. Además, resulta un furibundo coleccionista.

Lo primero, se intuye en su mirada; lo segundo, sí, de eso me atrevo a preguntar. Y entonces el historiador se vuelve más locuaz y percibo que le toco, como diría mi abuela, “la vena del gusto”.

Casi me arranca del sillón para llevarme a recorrer la que considera su mayor colección, la de pintura. “El trabajo de coleccionista es de paciencia y costoso albolsillo. He tenido la suerte de que muchos amigos me regalen obras y por eso he ido armando una colección de la que estoy muy satisfecho.

“Y no solo eso, me gusta coleccionar otras cosas, como centavos, por ejemplo. Te aseguro que tengo una buena de centavos americanos y cubanos, esta última casi completa, me faltan muy pocos. Y una de cajetillas de fósforos, bastante decorosa también”.

Me deja husmear. Impresionante. Cuadros de los mejores pintores tuneros colman su casa; ya sea Alexis Roselló, Rogelio Ricardo, Jesús Vega (Faura), Rogelio Polanco, o la más diminuta pintura salida de ese virtuoso que es Wílber Ortega. Hay otros.

Creadores de Islas Canarias, Alemania y hasta el mismísimo Oswaldo Guayasamín le han dejado su legado. Me muestra con alegría las esculturas de Ángel Íñigo, el artista guantanamero que hizo para él un toro Cornito y una paloma.

Asimismo, descubro en su lugar de estudio, junto a la Biblia y muy cerca de los ejemplares de sus publicaciones, la imagen de José Martí, “hecha en poliespuma policromada y nada menos que por Rafael Ferrero”. Me enseña, pletórico, el escudo de la ciudad, con las letras de oro de 10 quilates; “regalo de Naranjo”, un autor del que descubro varias estampas en las paredes.

Tiene fotos de la niña que fue Brígida Zaldívar, y de Evarista Galano, la poetisa tunera que nos regaló sus Aves perdidas. Y tiene un sinfín de otros recuerdos que le son entrañables y, asegura, constituyen la huella de su paso por este mundo.

Víctor ha recibido disímiles reconocimientos. Es miembro de la Uneac y de la Academia de la Historia de Cuba. Ostenta la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Raúl Gómez García y la Réplica del Machete del Mayor General Vicente García González.

Hablamos de la Cuba que queremos, de la vida de los nuestros y de su apego por los manuscritos. Incluso, tiene un balance especial, hecho para ello, muy cerca de la bandera cubana que luce en el portal mismo de su casa.

Ahora sé que le gusta sembrar plantas, que su prole heredó ese don bendito que tanto admiro y confirmé la madera de los hijos buenos. Porque cuando ya era tiempo de decir adiós, y casi ganaba la calle, me soltó, con los ojos emocionados y la voz entrecortada: “Las Tunas ha sido mi pasión, un lugar que me absorbió y me absorbe todavía por muchas razones. Para ella han sido mis desvelos, siempre”.

 

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