
Las Tunas.- Héctor Rafael Pérez Rivera es de los poquísimos salvavidas profesionales que le quedan a Las Tunas; eso y su pericia probada a lo largo de 14 años son las principales razones que lo trasladan siempre hasta playa La Boca durante el verano.
Conversó con 26 mirando entre las olas, atento a todo alrededor, con los pies metidos en la arena mojada, sin detenerse.
Por él supimos que trabaja en playa Covarrubias y que vive en Vázquez, localidad del municipio de Puerto Padre, a la que se traslada cada día cuando termina su labor durante la etapa estival.
Se apoya mucho en unos jóvenes que están de contrato por estas fechas y, de paso, los va adiestrando; aunque sabe que con los algo más de tres mil pesos de salario poco se interesarán por seguir en la faena cuando estos meses pasen y la vida les devuelva a lo cotidiano.
“Este ha sido un verano bastante tranquilo hasta ahora; solo hemos tenido dos eventos y han sido ligeros. Fundamentalmente, los sucesos que pasan están relacionados con el muchacho al que se le va la balsita y trata de cogerla por su cuenta, o con la ingestión de bebidas alcohólicas.
“Porque la gente llega y sabe que el mar es traicionero; tú ves que se portan bien, están tranquilos, eso hasta que con los tragos se acuerdan de que fueron muchas cosas, entre ellas, campeones de natación. Ahí está, viene el susto”.
Le preguntamos por el cañón: ¿es tan terrorífico como cuentan? Y respondió resuelto que sí.
“Es muy peligroso. Tenemos dos corrientes, la que llena y la que vacía. Y esa última es la de mayor riesgo, el vaciante; porque el que caiga allí, si no se ve a tiempo, pasa un buen susto o no puede hacer el cuento”.
Héctor ha visto mucho hurgando los alrededor de 350 metros que separan a La Boca de El Socucho. “Hay situaciones que se te quedan marcadas. Recuerdo hace seis años que me tocó sacar a un muchacho de 17 al que la patana lo cogió y lo reventó. Te aseguro que está entre los hechos más duros que he vivido aquí. Era muy jovencito y verlo así fue sumamente difícil. Todavía te hablo de eso y se me hace un nudo”.
Insiste, siempre con la mirada atenta a las olas, en que a la playa se viene a disfrutar, pero hay que permanecer con todos los sentidos alertas.
“Recomiendo mucho a la familia estar pendiente constantemente a los niños. Son muy inquietos; te descuidas un minuto y ya pasa algo. Ayer mismo, una chiquitica de 1 año y pico se separó de su grupo y vino a dar solita por la arena desde El Cocal hasta acá, casi al otro lado.
“Valga una pareja joven que la vio, se dieron cuenta de que estaba sola, la cargaron y me la trajeron. La patrulla tuvo que montarla, ir a buscar a los padres y, por supuesto, después de multarlos, darles a la pequeña”.
Sus historias dan para conversar toda la tarde, pero él no deja de observar al mar y nosotros sabemos que su trabajo hoy es más importante que cualquier anécdota posible.
Así que le agradecimos el tiempo, le dijimos adiós y lo dejamos allí, atento, con la mirada entre las olas.

