
Las Tunas.- En el centro mixto Simón Bolívar, convertido en hogar de los evacuados granmenses tras el paso del huracán Melissa, la doctora Gretel Saldívar describe el pulso cotidiano de una guardia que no conoce descanso. Pacientes que lo han perdido todo conviven con la incertidumbre y la solidaridad de quienes los atienden. Entre ellos hay embarazadas, niños y personas con enfermedades crónicas que requieren seguimiento continuo.
La situación epidemiológica se ha controlado de manera satisfactoria. Apenas se registraron dos casos de fiebre en niños que resultaron ser catarros comunes, y hasta el momento no hay pacientes con dengue ni con chikungunya. Los síntomas que han predominado son la fiebre y el dolor de cabeza, y todos los que han necesitado atención han sido valorados en la enfermería y medicados según la gravedad y el diagnóstico.
La pérdida de historias clínicas ha obligado a reiniciar tratamientos desde cero, una tarea que el equipo de Salud asumió con prioridad. El ciento por ciento de las personas con patologías de base ha recibido sus medicamentos y se ha garantizado el suministro para evitar descompensaciones; incluso, se han identificado y tratado a pacientes con enfermedades neurológicas y trastornos mentales.
“Entre los casos complejos hay niños epilépticos y pacientes que requieren fármacos de difícil acceso, como la carbamazepina. Pese a ello se logró gestionar y asegurar esos tratamientos y las familias han visto aliviada la preocupación por la disponibilidad de medicamentos. Las donaciones han sido un factor clave: iglesias, la Dirección Provincial de Salud y distintos actores económicos han aportado insumos que permiten atender a todos los necesitados”.
El trabajo en el centro no para, incluso ahora que ya comienzan a regresar los evacuados a su territorio. La guardia médica se organiza en turnos de 24 horas con 72 de descanso, rotando a todos los profesionales para mantener la atención constante. La doctora Saldívar, residente de Medicina General Integral, enfatiza que no ha quedado nadie sin recibir los debidos cuidados.
En medio de la adversidad, la prioridad ha sido proteger la salud y preservar la dignidad de las personas evacuadas. Asimismo, el control de brotes, la continuidad de tratamientos y la respuesta sanitaria inmediata conforman las líneas centrales de una labor que, según la galena, se mantiene estable y comprometida con cada necesidad que surge.
UN TRABAJO DE TODOS

En uno de los días iniciales de este sitio de evacuados encontramos a la doctora Yunia Pavón García, especialista de Primer Grado en Medicina Familiar. No levanta la voz, pero su presencia ordena, calma, contagia serenidad.
“Desde el primer momento -dice- sabíamos que esto no iba a ser fácil. Llegaron pocos al inicio, pero en cuestión de horas el número subió a más de 400 personas. Vinieron en ómnibus, uno detrás del otro. Y había que atenderlos a todos, clasificarlos, saber quién podía subir escaleras, quién necesitaba un lugar más tranquilo, quién no podía moverse. Fue agotador, pero se hizo”.
Habla sin dramatismo, con esa naturalidad con la que los médicos cubanos nombran el sacrificio cotidiano. Pero detrás de cada palabra hay noches sin dormir, rostros angustiados y ese tipo de cansancio que no se quita con café.
“Lo más duro no ha sido la presión alta ni el asma, ni los dolores de cabeza. Lo más duro -confiesa- es la tristeza. Muchos perdieron sus casas, otros no sabían hasta hace poco si sus familiares estaban vivos. Vienen con una depresión tan fuerte que hasta el medicamento les deja de hacer efecto. Tenemos personas a las que hay que tratar varias veces en el mismo día porque la presión no baja, no por el cuerpo, sino por el alma”.
Su mirada se posa en una esquina del salón, donde unos niños juegan con globos. “Eso -dice con una sonrisa leve- empezó a cambiarlo todo. Cultura nos ha ayudado con juegos, con payasos. Los niños ríen, y cuando los niños ríen, los adultos se animan. Ya algunos tienen la carita más alegre, se ven con más ánimo. Eso da fuerza”.
La doctora Yunia, como Gretel, no está sola. Habla con gratitud del equipo: trabajadores sociales, psicólogos, enfermeros, la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), el personal de apoyo... “Esto es un trabajo de todos. Aquí no hay jerarquías, hay manos que ayudan. Y eso ha sido lo más bonito”.
Entre los medicamentos donados y las historias que llegan sin fin, el “Simón Bolívar” se ha vuelto un pequeño país dentro del país, un espacio donde lo perdido se intenta reconstruir desde la solidaridad.
“Yo lo que quiero -dice Yunia al despedirse- es que la gente entienda que aquí no solo se cura el cuerpo. Aquí tratamos de devolver un poquito de fe, de esperanza. Eso también es medicina”.
Y lo dice con esa firmeza que solo da el cansancio cuando se convierte en compromiso. Afuera, el viento ya no sopla con la fuerza de antes, pero adentro sigue habiendo tormentas. Solo que ahora, gracias a Yunia y a Gretel, y a tantos como ellas, también hay abrigo.

