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Las Tunas.- Duele escribir, doblemente duele. Por la pandemia que nos pasa cuentas a nuestras debilidades e irresponsabilidades y por ver que no son tan claras ni decentes las manifestaciones de protestas, ocurridas el domingo último en casi todas las provincias del país en contra del Gobierno y el proyecto socialista.

Hay cansancio, principalmente emocional y existencialista. Ronda un natural virus de estrés. No puede ser diferente para quien se ame, ame su familia y la vida, y sepa, de manera consciente, que la Covid-19 mata y su contagio puede ser impredecible. Lastima el sentimiento cada cifra, cada fallecido, la realidad en sí.

Es un año muy duro de sobrellevar en cualquier parte, comenzando por casa. Tensiones que aumentan con los días y exacerban la escasez de alimentos y medicinas, atizadas por largos apagones, la crisis con el abasto de agua, la regulación del transporte público, la carestía de productos básicos o la violación, en ocasiones, de la protección al consumidor.

Realidades que sobrevuelan las buenas intenciones o los planes concebidos, quizás más con pasión que con el análisis coherente y certero que ameritan. Aun así, las esencias de estos viejos problemas, agravados por la pandemia y el recrudecimiento del bloqueo, no se resuelven con multitudinarias griterías, en las que las demandas se disgregan y toma cuerpo la violencia. Se solucionan, digo yo, con trabajar unidos, con respeto y paz. Tenemos muchas asignaturas pendientes en el camino. Tal vez sea saludable abrir la agenda y revisar las prioridades. Cumplir, sin medias tintas, entre todos, como nación.

Debemos aprender a escuchar la razón y el corazón, pero con calma, discernimiento, cordura y el ánimo de aceptar que no somos perfectos; empero, desde la humildad y la asunción, todo, sin excepción, se puede hacer mejor. Considero que eso es el espíritu revolucionario, la solidaridad que nos debemos los unos a los otros, más ahora que sufrimos por los enfermos y los muertos ocasionados por la Covid-19, sin importar donde vivan.

El clamor ha de empinarse en la riqueza mayor, la tranquilidad ciudadana. Con trifulcas es peor. Con una guerra civil tampoco ganamos. Con alentar una invasión, menos. La vida que queremos no es esa. Soy de paz y llamo a la paz. No justifico las deficiencias acumuladas, pienso que hay que resolverlas sin ese paternalismo o vestidura “de no coger lucha” que nos ganó -y gana- los senderos más prósperos. Siento que se debe incrementar con mano de hierro la exigencia a quienes manejan recursos o tienen la mínima responsabilidad en determinado lugar.

Y hablo hasta del más pequeño sitio de producción o servicios, estatal y privado. Ahí, entonces, seamos. Actuemos con ese segundo aliento que nos mostraba en uno de sus últimos programas el profesor Manuel Calviño. Es amor a lo que hacemos, compromiso con nuestras decisiones, dignidad ante lo que somos y representamos.

No son tiempos de tumultos. Las necesidades y el desabastecimiento tienen causas objetivas y subjetivas, visibles y contables, añejas las más. Protestemos ahí, donde está lo mal hecho, en el momento exacto. Ese derecho es nuestro. No el otro, ser lobos del hombre y perdernos. La paz es la fortuna superior y la pandemia le ha movido los cimientos. Ese segundo aliento es el mañana. Le hago un réquiem a la cordura. Seamos gente de paz.

 

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