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Las Tunas.- Mientras le sostiene las manos e intenta dibujar la mejor sonrisa, Alexánder se cruza con la mirada "empañada" de Yordania. Él reconoce el motivo de aquella aflicción, cómo no hacerlo si la sufre en carne propia, pero esos ojos marchitos sí que lo entristecen, lo apagan de a poco. No soporta verla de ese modo, y casi en un susurro le dice: "Todo va a estar bien".

Ambos sabían que no sería así, pero esas palabras eran un bálsamo de amor y la más pura muestra de gratitud hacia alguien que había sido familia, sin lazos de sangre. Al rememorar el instante, Yordania Solís Mederos, trabajadora social del hospital Ernesto Guevara de la Serna, suspira una y otra vez, mueve la cabeza de un lado a otro, y por minutos queda en silencio. La vida de su Ale se esfumaba y no había mucho por hacer.

Fue en el 2014, cuenta, que ingresó allí descompensado del VIH/sida. En ese entonces no imaginó que aquel recinto se convertiría en su hogar, y mucho menos que enfrentaría una realidad más dura que el propio virus: el abandono familiar. "Cuando estuvo de alta, el padre no lo quiso recibir, y desde esa fecha permaneció en nuestro centro. Más tarde me confesó que por su enfermedad y orientación sexual fue rechazado.

"Su madre sufría trastornos psiquiátricos, lo llevábamos a verla a la casa de un tío y luego al hogar de ancianos, pero ya murió. No tenía a otros parientes, solo a las personas de la Iglesia y a nosotros. Lo sentía como a un hijo, y sí, mantenía una relación excelente con las otras trabajadoras, pero conmigo era algo especial; no podía pasar días sin verme", dice con un nudo en la garganta.

"Nosotros le celebrábamos los cumpleaños, le regalábamos ropas y todo a nuestro alcance. En la última época el padre lo visitó, a pesar de que nunca asumió su responsabilidad, y tampoco existía una norma que lo obligara a cumplirla".

Alexánder pasaba de los 40 años y padecíaa un leve retraso mental. Terminó sus días en una cama de hospital, lejos del calor de los suyos.

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Oneyda se dedicó al magisterio por más de cuatro décadas. No tuvo hijos, mas supo entregar el afecto maternal a sus educandos y al sobrino que cuidó y luego legó su patrimonio. "Su historia es muy triste", comenta Ania Blet Pita, trabajadora social de la vice dirección clínica del 'Guevara'. En su voz descubre sentimientos hacia esa señora que acompañó en jornadas grises.

"Ella llegó a nuestra institución con una fractura de cadera, y al momento del egreso no hubo quién se hiciera cargo. El sobrino había fallecido de un infarto y su hija se adjudicó la casa y otras propiedades del padre, que a su vez las había recibido de su tía. A la anciana la dejaron completamente desprotegida, murió aquí con una profunda angustia, pues todos sus bienes pasaron a manos de alguien que nunca la quiso cuidar".

Este recinto de batas blancas alberga muchas historias, de esas que traspasan las fibras más sensibles y convidan a reflexionar. Allí funcionan dos salas con sus asistentes para atender los casos procedentes de instituciones sociales; sin embargo, la mayoría proviene de la comunidad.

Blet Pita ha sido testigo de unas cuantas, y se aventura a rememorar: "Recuerdo a un señor que ayudó a criar a varios hijastros, y no tuvo hijos. Lo despojaron de sus bienes, enfermó y lo dejaron en este sitio. Actualmente se halla en un hogar de ancianos".

"Ese paciente -acota Leonor Ávila Ávila, licenciada en Rehabilitación Social y Ocupacional- estuvo en sala, luego en Terapia Intermedia y posteriormente en Intensiva. En su gravedad acudieron 11 familiares y dieron sus números telefónicos. Cuando el médico informó que podía fallecer en cualquier instante les avisamos y aparecieron al tercer día; pidieron un documento que certificara que no estaba en condiciones mentales, para así adueñarse de su cuenta bancaria y de la finca.

"Felizmente el abuelito no murió y vinieron a verlo una o dos veces, nunca más se ocuparon de él. Nos agradeció por todo lo que hicimos, pues esas personas no pudieron cumplir sus propósitos; en el hogar se encargaron de los trámites legales respecto a sus pertenencias".

Tampoco han faltado las vivencias de cuidadores que acogen al paciente, dígase amigos, vecinos…, y al fallecer aparecen los parientes y le quitan la vivienda y demás bienes. "Si muchos de los aspectos que menciona el nuevo Código de las Familias estuvieran vigentes, no hubiéramos presenciado estas situaciones", afirma.

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UNA PUERTA DE SALIDA

Son numerosas las experiencias relacionadas con el abandono de hijos, hermanos y otros familiares, y resultan más comunes de lo que algunos advierten. "Hacemos todo lo posible por retornarlos a la comunidad, pero cuando no se logra elaboramos un expediente para enviarlos a hogares de ancianos. Les tomamos mucho cariño y mantenemos el contacto con ellos", explica Yusmila Lora López, licenciada en Rehabilitación Social.

"Les donamos ropa y otros objetos. Algunos de los casos sociales llegan a Observación en muy malas condiciones, y se van contentos con pulóveres limpios, y hasta con algo de dinero para el transporte. Si existieran los recursos haríamos más por ellos", refiere con la satisfacción de quien se sabe útil.

Solís Mederos añade: "Estamos localizables a cualquier hora y cuando contactamos con las familias de algunos fallecidos, la respuesta es desgarradora y sin paños tibios: ‘¿Se murió?, pues entiérrenlo’. Les explicamos que deben acudir y, por supuesto, demoran cuanto ellos estimen; es muy doloroso".

Precisamente, el Código de las Familias, que será sometido este 25 de septiembre a referendo popular, presta especial atención a las personas de la tercera edad, discapacitados y otras vulnerables. Es una puerta de salida a las problemáticas, pues protege la autodeterminación, las preferencias y la igualdad de oportunidades, y descarta las manifestaciones de discriminación y violencia.

Entre los aspectos esenciales del documento está la figura de la guarda de hecho, que ofrece la posibilidad a alguien, sin designación judicial o administrativa, de velar por el bienestar del anciano, para evitar sucesos de abandono. Igualmente, se introduce la consecuencia jurídica por el incumplimiento de los derechos del adulto mayor; así, por ejemplo, los hijos y familiares que hayan propiciado el abandono físico o emocional no pueden heredarla.

Otros de los beneficios es la posibilidad de decisión respecto a procederes médicos, la entrada a centros de acogida o especializados, situaciones cotidianas… Asimismo, incluye novedades relacionadas con la donación de viviendas por parte del anciano, pues puede hacerla bajo condiciones, y de incumplirse revertir el proceso.

Esta normativa propone el derecho de los abuelos a la comunicación armónica con el resto de la familia, y es determinante al establecer los deberes de los hijos, quienes deben prestarles cuidados, afecto, respeto y garantizarles alimentos y atención. Su aprobación significaría un gran paso de avance en el empeño de lograr una sociedad cada vez más justa, protectora y humanista. Bien lo saben Yordania, Ana, Leonor, Yusmila y los demás trabajadores sociales que desde el hospital Guevara cada día ven el afligido rostro del abandono. 

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