Puerto Padre, Las Tunas.- La majestuosidad azul encumbra en muchos el rostro del caos y los misterios. Para otros, como Humberto Sempoll García, el mar los acoge en la más ferviente expresión de vida y, sobre todo, en él albergan un amor inexplicable, capaz de establecer un vínculo sin igual.
Las descripciones flotarían en la redundancia si de pasión marítima se hablara, basta con mirar a los ojos a Humberto y las palabras brotarán en forma de esa gran masa de agua salada.
"Nací y crecí en el barrio del Boquerón hasta los 20 años de edad. Entré a la pesca en 1994. Integré una tripulación de aproximadamente cinco tripulantes: el patrón y cuatro marineros. Fueron momentos duros con las salidas ilegales del país y no había recursos de ningún tipo. A nosotros nos dieron un barco y lo arreglamos, la máquina, todo, y salimos a pescar en esos tiempos, nunca dijimos que no", una oleada de recuerdos toman la superficie y la narración encuentra los vientos de popa.
El quehacer en los litorales acuñó el respeto del apellido Sempoll en suelo firme. ADN de pescadores. A decir de Humberto cuando un sigma de madera retaba el ímpetu de las marejadas; "entonces éramos tres navegantes: el patrón, otro marinero y yo. El patrón sobrino mío y el otro cuñado, éramos familia, uno solo.
"Ahí estuvimos una temporada trabajando en las costas de Cuba, específicamente Manatí, Puerto Padre y Camagüey, pero plataforma, no nos adentrábamos al golfo porque no teníamos navíos como para eso. En ese mismo año nos dijeron que teníamos que ir a Guayabal. También iba otro barco, un Ferro 235, con el que salimos a remolque. Nos pasamos alrededor de 12 o 13 jornadas de travesía. Llegamos a nuestro destino y estuvimos a lo largo de 365 días en el barquito aquel que era dificultades por todos lados, pero siempre mandábamos la producción".
Navega entre remembranzas, ajusta los espejuelos y suelta el cordel a los hechos. "En esa época había muchos peces, además trabajamos con chinchorros y redes hasta que nos explicaron de una reposición de embarcación. Aquel barquito lo decomisaron y lo único que cogimos fue la máquina porque no había más".
Preocupaciones y temores inundaban a Sempoll García, cuando en tierras lejanas, un Yanmar de cuatro cilindros veía la luz en el astillero de Gibara. "Laboramos fuerte para echar a andar al Escamero 33, como le nombramos, con la máquina, que era ya vieja y de muchos años de explotación".
La crisis económica de la década de los 90, denominada Período Especial, amargaba aún más el adiós. Dejar a los suyos por casi un mes significaba cargar con desvelos; sin embargo, las responsabilidades lo involucraban con el vaivén de las olas.
"Eran 20 días de pesca. Dejábamos la casa ni bien ni mal, regular porque a veces se quedaba la familia sola, aunque mis hijos eran un poco mayores. Pasábamos muchas necesidades, pues la situación no era fácil. Había días en los que el clima nos trancaba en un lugar y hasta que no mejorara no podíamos seguir la travesía y llegar a puerto".
Tal vez el único imposible para Humberto sea pescar una anécdota en particular. A la gran fuerza azul lo une el destino y en ella habitan incontables historias.
"Las experiencias que tuvimos en la costa norte de Camagüey fueron muchas, con recorridos duros, donde salíamos 9:00 de la mañana y llegábamos aquí después de las 5:00 de la madrugada, eso sí, con buena captura siempre. Trabajábamos día y noche, sin descanso. Cuando no se podía traer la obtención la descargábamos por puerto Piloto, o si no, por Carabela, un cayo también de esas costas. Hasta ahí iban los carros y cargaban la producción, mientras nosotros seguíamos la actividad. Así podíamos coger varias toneladas porque la nevera del barco ese era muy pequeña, solo de capacidad para cuatro toneladas y a veces era tanta la aprehensión que debíamos retornar al puerto a dejar la pesca.
"Siempre hicimos lo que teníamos que hacer: ¡cumplir! La administración era muy buena, nos trataban bien y nos mandaban cosas, lo necesario o lo que aparecía en su momento. Fueron tiempos inolvidables. Tengo toda la piel quemada porque vivíamos bajo el Sol. Buscábamos el pez con una red de cabezo, que la tirabas al mar y cercabas al pez, eran horas interminables trabajando con el castigo del astro rey. La vida del pescador es dura, solo amándola puede uno soportarla".
A Sempoll le ha tocado enfrentar dos grandes monstruos en los últimos calendarios. El dios Cronos, a su paso indetenible, deja ver su huella, mientras una hoz oscura le ha arrebatado a dos amigos, de esos que surgen donde el horizonte no tiene fronteras entre cielo y tierra. No obstante, en el mejor de los embarcaderos ancló Humberto: la comodidad del hogar. "Hace seis o siete años que no trabajo la pesca, en la que hice de todo: marinero, maquinista, ostionero y procesador en la empresa. Estoy aquí en la casa, pero me siento un pescador más, eso uno lo lleva en la sangre. Del mar lo extraño todo. Toda mi vida fue salitre".
Humberto Sempoll García asume el timón de secretos y virtudes en cuanto a peces, corrientes, vientos y embarcaciones. Acomoda la espalda en el sillón, en tanto, una sonrisa lo delata, Humberto volvió a nadar en las más cálidas aguas de la memoria.