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Las Tunas.- Carlos Luis Larrudet Herrera fue testigo presencial de la construcción de la terminal de azúcar a granel Puerto Carúpano, pero el 20 de enero de 1978, día de su inauguración oficial no pudo estar y se perdió el acto, presidido por el Comandante en Jefe Fidel Castro, a quien tanto había esperado.

-¿Insatisfecho por eso?, le pregunto.
“De ninguna manera”, afirma y cuenta una emocionante anécdota: “Me llamaron y pregunté a dónde voy, y me dijeron, móntese aquí que después le explicamos. En fin, no estuve porque me necesitaban en otra misión: cuidar al Comandante”, enfatiza y su permanente entusiasmo se alborota; “Yo era auxiliar de Guardafronteras y volví al puerto cuando el acto se había terminado, pero orgulloso de lo que hice”.
En sus más de 60 años de trabajo en este enclave, Calitao o Papa, como suelen llamarle sus compañeros de faena, entre los miles de sucesos vividos, atesora ese momento histórico para los tuneros con especial deferencia.
                                                                                                 LA ENVIDIABLE VITALIDAD DE CALITAO
Cuando comenzó a funcionar la moderna planta, ya Carlos Luis Larrudet Herrera había llevado sobre sus hombros, qui'en sabe cuántos sacos de azúcar de 250 libras cada uno y otros tantos que superaban las 300, mas nunca tuvo el temor de quedarse sin trabajo.Elacto2
“Confiaba en las declaraciones de Fidel de que iban a humanizar el trabajo de los portuarios y que nadie quedaría sin empleo y así mismo fue”, asevera.
“Aquí estoy trabajando, luchando y dando mi vida por esto”, remarca y asegura que todavía está cargando sacos, y por eso Calitao, es para todos sus familiares, amigos y compañeros de faena un gran enigma:
“Lo que más llama la atención, reflexiona Ángel Fonseca González, director adjunto de la empresa, es que Calitao, sigue dando el ejemplo y se mantiene asumiendo las labores que le corresponden, con los mismos bríos de los primeros tiempos”.
-¿Cuándo piensa jubilarse Calitao?
“Bueno, dice y esboza una sonrisa, esa pregunta me la hacen hasta los niños, y yo respondo cuándo el cuerpo me lo pida.”
-¿Y qué le está diciendo el cuerpo ahora mismo?
“Si te sientes bien sigue en la lucha. No te detengas, me dicen el cuerpo y la conciencia. No se trata de dinero. No, lo que me interesa es llegar hasta donde pueda llegar.”
                                                   EL ACERCAMIENTO A UN ENIGMA
Carlos Luis Larrudet Herrera nació el 4 de noviembre de 1949 en Cayo Juan Claro, un paradisíaco lugar del litoral norte de Puerto Padre, en Las Tunas, y desde entonces se ha mantenido aferrado a su patria chica y amando a la Revolución, que lo dignificó a pesar del color negro de su piel y de su extracción humilde.
Asistió a una escuelita pública del poblado hasta que alcanzó el tercer grado; “mi mamá lavaba y planchaba para procurar el sustento de la familia”, recuerda con gestos que denotan el rechazo a aquella República Mediatizada, en la que las clases sociales élites hacían y deshacían sin importarles la situación de los pobres.
Tenía 7 años de edad cuando perdió a su papá, quien laboraba como estibador en las instalaciones portuarias y “yo desde muy niño daba vueltas por toda el área, miraba. Aquello me gustaba a pesar de que era un trabajo muy duro”, rememora.
Elacto1“Tendría unos 12 años y eso sí era fuerte”, se jacta y vuelve a sonreír cuando narra su insistencia, porque le dejaran hacer algo, cualquier cosa de las tantas que veía en el ajetreo cotidiano de la terminal, pero no me daban la oportunidad.
Hasta que por su obstinación, “Lázaro Guatisolo, el capataz, después de ubicar a los trabajadores fijos me invitaba a caminar por los almacenes, y por mi insistencia me decía: Kiquito, vamos que tengo una cosita suave para ti y me ponía a hacer algunos trabajitos, los más fáciles como coser sacos y siempre los trabajadores más experimentados me enseñaban”, recuerda.
Ya había cumplido los 14 años, y “un día había un reenvase grande de azúcar, pedí permiso para cooperar, me dieron una palita chiquita y me puse a rellenar unos sacos y ya me quedé aferrado a esas labores, que era casi la única opción de trabajo aquí. Y en el transcurso de estos más de 60 años he hecho de todo: carretillaba, lingué, que era hacer bultos de nueve sacos de hasta 250 libras, hacía lo que hiciera falta, porque era estibador general”.
“Con el triunfo de la Revolución, el Primero de Enero de 1959 todo cambió para bien de los trabajadores. A mí me pusieron a estudiar, cogí el noveno grado y seguía empecinado en trabajar en el puerto y ya llevo 58 años como plantilla”, enfatiza y confirma que estará siempre en la primera línea de combate para defenderla.

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