Las Tunas.- Hace rato se corrió la voz en la zona de las petrocasas, de esta ciudad del oriente cubano, que en la casa de Carlitos están vacunado con Abdala, la primera vacuna cubana anti-Covid-19 certificada para su uso masivo en personas mayores de 19 años de edad.
“Tenemos que apoyar con lo que tenemos. Así que cuando escuché a Elder (el delegado de la circunscripción) preguntar dónde pondrían el lugar de vacunación, le dije. ¡En mi casa!”, cuenta Carlos Sánchez Fernández. Ese gesto, dice, lo asume como un modo de reciprocar lo que la Revolución ha hecho por él y su familia. “Cuando lo necesité me ayudó a tener mi casa para mí, mi esposa y mis cinco hijos”, expresa. Ahora la parte trasera de su residencia es el sitio más importante en esta parte del reparto Sosa Oeste.
EMPEÑO DE MUCHOS
Concretar la iniciativa de Carlitos ha implicado el esfuerzo de muchos, explica Elder de la Cruz Rodríguez, el delegado de la Circunscripción 147, Consejo Popular 15. “En la parte física de la casa tenemos el local de evaluación final de las personas y el de vacunación. Los compañeros de Gastronomía nos dieron unas carpas, desde las escuelas 13 de Marzo y Ramón Téllez contribuyeron con las sillas, con todo eso, en el patio montamos el espacio para la espera y la vigilancia después que reciben la vacuna. Comunales aportó el transporte para traer todo hasta aquí”, precisa.
En total en este sitio deberán recibir el inmunógeno dos mil 273 personas, indica Yilian Castillo Montes de Oca, la coordinadora de la Zona 296. “Desde los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) organizamos a quiénes les corresponde venir, avisándoles el día antes”, expresa. Con anticipación, añade, tomaron nota de la composición por edades y padecimientos de salud de todos los habitantes del lugar, para saber con exactitud cuántas dosis serían necesarias aquí. “Diariamente, indica, estamos vacunando entre 150 y 200 personas”.
Norber Moreno Machado todavía no tiene su título de doctor en Medicina, mas, manipula con destreza el esfigmomanómetro tomándoles la presión arterial a todos los que llegan. Él acaba de concluir el quinto año de su carrera y comenta con preocupación la cantidad de hipertensos que está atendiendo. “Sin dudas es un problema de salud”, afirma. Quién sabe en un año lo tendremos como el médico de la familia de su propio barrio.
Puertas adentro, Enrique de Jesús Iglesia González obra como una especie de maestro de ceremonias ocupado porque el proceso tenga la mayor fluidez posible. “Pase por aquí” “¿Ya se vacunó? Entonces siéntese aquí para que le llenen su tarjeta”: son algunas de las frases que se le escuchan decir. Se presenta solo como militante de la Unión de Jóvenes Comunistas, y tal vez, comenta, se anime a buscar empleo en Salud Pública para continuar ayudando a los demás. A su lado la doctora Leticia Silva Oquendo asegura sentirse como la madrina de todos. Ella es la jefa de uno de los grupos básicos de trabajo dentro del policlínico Guillermo Tejas. Solo interrumpe la revisión clínica de los futuros vacunados para aclarar alguna duda de los otros dos galenos y las tres licenciadas en Enfermería que la acompañan; o para atender alguna llamada desde el policlínico. “Hay mucho que hacer”, expresa.
Al filo del mediodía el ajetreo va disminuyendo en la parte trasera de la casa de Carlitos, aunque solo en apariencia. Este bien engrasado equipo debe ocuparse entonces de la desinfección completa del local, deshacerse con seguridad de todos los desechos y dejarlo todo listo para que al día siguiente muchos más de sus compatriotas vengan gustosos a ponerse en su brazo ese pedacito de luz y patria que se llama Abdala.
